JUAN LABORDA para http://vozpopuli.com
La actual crisis económica ausculta algo trascendental
que no se debate en los medios. Se trata del vacío intelectual y del
escaso soporte empírico de muchas teorías macro y micro que se imparten
en las universidades y se engullen como dogmas de fe. Tras ser
economista y estratega jefe de varias entidades financieras, alguien ha
tenido la ocurrencia de ponerme un blog; con él aspiro a irrumpir en los
cafés, las facultades y las porfías entre enemigos reconciliables para
evidenciar las carencias de las teorías dominantes.
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El gobierno y sus círculos de poder además de justificar su ineficacia
aduciendo que no hay alternativa a sus medidas económicas, tratan de
introducir, sutilmente, un sentimiento de culpabilidad en la ciudadanía. Como los españoles han vivido muy por encima de sus posibilidades, ahora toca sangre, sudor, y lágrimas.
De nuevo desconocen, o protegen, a quienes han llevado a este país a un
endeudamiento neto externo récord: el sistema bancario y las grandes
empresas no financieras.
La deuda total de la economía española, la suma de valores distintos de acciones y el saldo vivo de préstamos, ascendía a finales de 2011 a 4,3 billones €, o lo que es lo mismo, un 402% de nuestro PIB.
Mientras que la deuda de las familias representaba a cierre de ese año
el 83% del PIB, los empréstitos de las sociedades no financieras y de
las entidades financieras alcanzaban, respectivamente, el 136%, y el
107% del PIB. El resto, alrededor del 77% del PIB, correspondía a las
administraciones públicas.
La deuda de España es básicamente privada
Es curioso como desde ciertas esferas de poder se presenta la crisis
actual como una consecuencia del endeudamiento del sector público.
Además de un profundo desconocimiento de los datos reales, no comprenden
que la relación causa-efecto es del sector privado al sector público,
donde la quiebra del primero ha visto hundido los ingresos impositivos
del segundo. Quien no entienda esto, no comprende nada de la actual
crisis sistémica.
Han sido fundamentalmente las élites económicas y financieras, representadas por las
sociedades no financieras y las instituciones bancarias, quienes,
guiadas por su avaricia, se apalancaron sin ningún control del riesgo,
o bien alrededor de un colateral cuyo precio acabó colapsando, o sobre
un negocio cuyos retornos son y serán muy inferiores a los que se
suponían por el precio pagado.
Como consecuencia, las empresas no financieras dejan de invertir,
destruyen capital ya instalado, y despiden a trabajadores. Las entidades
financieras, insolventes, cortan el grifo del crédito, en un contexto
de incremento de la mora, y tratan de recapitalizarse a costa de los
contribuyentes.
Las familias y los trabajadores no tienen la culpa
Las familias fueron acumulando su deuda actual para la compra de vivienda.
El precio de las casas por cualquier métrica de valoración sigue
estando sobrevalorado, alrededor de un 50%, tanto si se mide en relación
a los alquileres, como en función de la renta de los hogares. En un
escenario de destrucción de empleo, descensos salariales, y caídas de la
riqueza, como en el momento actual, a las familias no les queda más
remedio que reducir consumo privado si quieren mantener su vivienda y
disminuir las deudas
.
Pero no han sido los trabajadores y sus familias quienes han cometido excesos. Al revés, el nivel de explotación de los asalariados ha llegado a extremos absolutamente intolerables.
Ya no basta con tener más de 5,6 millones de parados, y unos míseros
salarios, donde el 58% de los trabajadores, después de impuestos y
cotizaciones a la seguridad social, ingresan menos de 1.000 euros
mensuales. Ya ni siquiera vale que los trabajadores por cuenta ajena
paguen cinco veces más de impuestos que las empresas que los contratan,
tal como sucedió en 2011. ¡No! Era necesario apretar un poquito más. Y
vaya si lo han conseguido.
Con la reforma laboral del gobierno del PP, en nombre del
internacionalismo moderno y de las mentiras de la competitividad, los
trabajadores perdieron la mayoría de sus derechos. La élite política y
económica, con una formación académica y un bagaje intelectual en muchos
casos inferior a la de sus empleados y electores, en vez de promover el
talento, la innovación y el emprendimiento, decidieron, para el futuro
de nuestros hijos, otra cosa bien distinta.
El sector privado empresarial y financiero es insolvente
Por el contrario, las élites financieras y empresariales sí que cometieron excesos, y están quebradas.
Sin embargo, continúan a lo suyo, a campar a sus anchas por los
ministerios, cambiar leyes, reducir el número de reguladores, acelerar
la constitución de monopolios, monopsonios, y oligopolios. Y para colmo,
tenemos que rescatarles.
Las empresas no financieras se endeudaron masivamente alrededor de dos conceptos: la vivienda y la diversificación internacional.
Desde 1997 España vivió la generación de una burbuja alrededor de la
vivienda. El sector inmobiliario aumentaba su peso en la economía,
generaba mucho empleo y alimentaba una riqueza ficticia que produjo una
sensación de ilusión monetaria. Esta dinámica se vio retroalimentada a
través de su financiación por un enorme volumen de deuda. Cuando caen
los precios de la vivienda y del suelo, los balances de la inmensa
mayoría de las empresas inmobiliarias son insolventes. Este sector es el
responsable directo e indirecto del 70% del incremento del paro.
Además del sector inmobiliario la segunda fuente de acumulación de deuda del sector empresarial español fue la diversificación internacional.
Las inversiones directas de España en el exterior en los últimos 10
años, utilizando datos de Balanza de Pagos de Banco de España, se han
cuadruplicado, alcanzando en de 2011 una cifra superior a los 480.000
millones de euros. Sin embargo, los retornos de esas inversiones
directas apenas se han duplicado, reflejando una productividad
decreciente del capital. De nuevo compraron tarde y caro.
Finalmente nos queda el sector bancario, que en
períodos de auge económico o después de un largo período de crecimiento
sostenido suele asumir más riesgo. Los bancos reducen sus exigencias
para los préstamos, aceptan unas tasas de endeudamiento más elevadas, y
se conformar con una menor proporción de activos líquidos.
La banca española expandió sus balances de manera incontrolada.
Sus activos crecían mediante la concesión de créditos y préstamos,
básicamente alrededor del sector inmobiliario, y se financiaba con deuda
en el mercado de capitales. Las consecuencias ya las conocemos, un rescate bancario en toda regla, que al recaer sobre los contribuyentes se acaba trasladando a la deuda soberana. El proteger a una élite tiene esas consecuencias, la quiebra soberana.
Bajo este análisis, la economía española presenta una crisis de
balances. Por lo tanto, el actual gobierno, al igual que tenía que haber
hecho el anterior, y no lo hizo, debería haber acelerado la limpieza de
los balances del sector privado, sin que finalmente fueran los
contribuyentes quienes acabaran pagando los platos rotos. A su vez
debería haber peleado por convencer a Europa que España no puede asumir
más recortes y ajustes presupuestarios. Pero de todo esto, nada de nada.
Hoy en día una auténtica política reformista exige hacer frente a los
monopolios empresariales y financieros, la especulación, la banca
insensible, los antagonismos de clase, y el sectarismo. Por favor, dejen
de echar la culpa a millones de españoles de los terribles excesos de
unas élites empresariales y financieras quebradas, y que sean éstas
quienes realmente asuman las consecuencias de sus actos.
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